martes, 10 de noviembre de 2009

Enterrando a la memoria


Un dos de noviembre cualquiera, como el de hace unos días. Los cementerios, llenos. Los muertos buscando mantenerse en el recuerdo de los vivos. ¿O somos los vivos los que necesitamos tener presente la memoria de nuestros muertos?
En ABC llevamos dos jornadas sacando en portada a la muerte. En menos de tres días nos han dejado tres, en sus respectivos campos, referentes: José Luís López Vázquez en la interpretación, Francisco Ayala en la literatura y Claude Lévi-Strauss en la antropología.
Ante la muerte, nuestra sociedad lucha empuñando como arma la memoria. Algo que no fue siempre así. En el Medievo, en la muerte, que era vista como un acto natural, el moribundo era acompañado de familiares en su último trance. Sabía que iba a morir y esperaba el momento con serenidad. Es lo que el historiador Philippe Ariès llamó la “muerte domesticada”, una muerte aceptada.
Con la llegada del cristianismo, la muerte fue vinculándose a ideas de juicio final, de sufrimiento y de memoria. El periodista Indro Montanelli solía repetir: “Yo no tengo miedo de la muerte, tengo miedo de morir”. A la mayoría de las personas nos da miedo sufrir, sin reconocer que vivir también implica eso. La actriz Carmen Sevilla reflexionaba ayer, en estas páginas, sobre la muerte de José Luis López Vázquez. Contaba que la última vez que lo telefoneó, le dijo que se encontraba mejor. “Me lo creí, pese a saber que su estado de salud era cada vez más delicado. Supongo que quiso ayudarme a pasar el mal trago”, escribió Carmen Sevilla.
En los tiempos que corren, vivir está convirtiéndose en una tarea ardua. Quizás por ello, cuando tres referentes se mueren, algo de nuestra dignidad se va también con ellos. Y en consecuencia, aún más necesitamos acogernos a la memoria. Pero para poder morir con la dignidad que ellos lo han hecho, es necesario vivir también con ella. Puede que esa sea la respuesta a la pregunta inicial. Refugiándonos en la memoria, llenando de flores el cementerio, reconocemos que tememos vivir sin dignidad, sufrir. Por eso los muertos no nos necesitan, sino que somos nosotros los que los necesitamos a ellos.

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