martes, 26 de enero de 2010

Hacer la mili




La comparación me había hecho gracia. "Este máster es como hacer la mili", me había dicho una compañera. 
Y tenía razón, o eso creo, porque tampoco sé muy bien qué es hacer la mili más allá de los tópicos mil veces escuchados.
Entre clase y clase, cuando LP nos dice: "Rompan filas, descansen", y salimos apresurados a meternos en vena café y cigarrillos, las conversaciones son siempre similares: desmotivación y críticas a los "oficiales", entremezclándose con retazos de nuestra vida, ya que después de pasar tantas horas juntos, empezamos a tener bastante complicidad. Compañerismo roto a veces por la competencia. Supongo que en la mili también ésta era fomentada. Es positiva cuando nos hace esforzarnos, pero negativa cuando se antepone cortarnos el cuello a ayudarnos. 
La presión, el estrés, la falta de tiempo... convierten algunos momentos en batallas perdidas. Hay días en los que la falta de coherencia, orden y entendimiento nos deja perdidos y vencidos, derrotados y dispuestos a abandonar la batalla, a rendirnos, a dejar de defender nuestra patria, el periodismo. 
Hay días en que esta particular mili consigue lo que ni la facultad ni las prácticas lograron: desmotivarnos hasta tal punto que deseemos alejarnos del oficio y de la forma de vida que amamos.
Hay, supongo, dos modos básicos de reaccionar ante la presión: a unos les hace más fuertes y a otros les agobia. Los que no estábamos acostumbrados a trabajar bajo presión, los que rendíamos más a las buenas que a las malas, nunca nos imaginamos que, pacifistas como éramos, acabaríamos "haciendo la guerra". 

Ayer tuvimos que dibujarnos. Una compañera dibujó un monigote con cara de enfadado. "Ésta soy yo -dijo-, era una chica muy feliz hasta que entré aquí". 
Es preocupante que este máster sea capaz de convertirnos en muñecotes tristes y constantemente agobiados. 
Cuando las prácticas se quedan en un "corta y pega"; cuando las críticas son desmesuradas; cuando pretenden concentrar tres horas en una; cuando nos mandan trabajos absurdos; cuando no dotamos de sentido a lo que hacemos; cuando repiten uno tras otro las mismas parrafadas; cuando no vemos la luz del sol, como si estuviésemos de arresto; cuando la jornada no nos es productiva; cuando sólo quedan vanidades y orgullos; cuando acabamos haciendo guardias nocturnas; cuando no tenemos tiempo ni de buscar noticias ni de respirar; cuando el oficio no se materializa; cuando las ideas, la iniciativa y las ganas se quedan en la sala de café porque no nos dan la posibilidad de llevarlas a la práctica... entonces, sólo deseamos que esta mili absorbente y abrumadora acabe cuanto antes.
Afortunadamente, llegan también otros momentos. Los de la satisfacción de un trabajo bien hecho, los de la adrenalina que nos traen con sus charlas los corresponsales, los de las clases productivas de las que salimos sabiendo algo nuevo, los de la reflexión  cogida al vuelo y con la que aprendemos más que en todos estos años en la universidad, los de las lecciones de compañerismo que hay detrás de una caña compartida justo en el momento en el que más falta hace. 
Supongo que todos esos momentos serán los que se convertirán en batallas de abuelo cuando el tiempo pase. Los que harán que recordemos esta “mili” como un lugar en el que aprendimos, y en el que, a pesar de lo malo, fuimos felices. 
Pero para que eso sea así, es necesario sacar provecho de cada día; no borrar, sino aprender de días como algunos de estos últimos; no dejar que el agobio y las críticas nos ahoguen. No permitir que este máster nos dibuje como monigotes tristes. Seguir creyendo, como antes lo hicimos, que el periodismo es una guerra por la que aún nos merece la pena batallar.

8 comentarios:

CrisDurle dijo...

Ay Gardeu cuanta verdad reflejada en estas líneas y que bien expresadas. Sabes que soy tu fan número one de todo lo que escribes porque siempre lo haces de una forma magistral y ésta...no podía ser la excepción. Cuando el tiempo pase dónde antes era siempre nos quedará París ahora diremos siempre nos quedará...jajaja. Besotes

Patricia Gardeu dijo...

Ah, post dedicado a la de la caña y a la del monigote. Ánimo chicas!!

andreasanchezmata dijo...

aaaaaaaisssssssss mi gordissssss!!!!saldremos adelante ya verás!!!!!vamos a reirno de todo como hemos acostumbrado hacer hasta ahora!!!!un besitooo giganteeee

Martín Bianchi-Tasso dijo...

impresionante!! un testimonio real y conmovedor!

Fernanda Muslera dijo...

¡Buenísimo Patri! Eres nuestra corresponsal en el aula, la representante de una catarsis compartida.

Ander dijo...

Qué bueno, Patricia.

Sonia dijo...

No sabes cuán identificada me he sentido leyendo tu relato. A mí me ha bastado con hacer la carrera para sentir todo lo que reflejas magistralmente en estas líneas: agobio, parrafadas, luchas, desmotivación... No sé qué es lo que profesores y jefes esperan de nosotros.
La mercantilización de la noticia no tiene por qué estropear esta profesión, que existe para el bien de la sociedad. En lugar de fomentar la competitividad de los alumnos, mirando únicamente el beneficio económico de las empresas, tendrían que promover el esfuerzo colectivo, pues así podríamos ofrecer noticias mejor elaboradas.
¿Por qué voy a impedirle a un compañero que acceda a una información? ¿Nuestra razón de ser no es desvelar la verdad? ¿Preferimos caer en la trampa de los directivos y llenar sus arcas en detrimento del conocimiento colectivo?
¿Y por qué los profesores se empeñan en que realicemos trabajos que nos absorven todo el tiempo del que disponemos? De esa forma no se puede elaborar un reportaje meditado, debidamente contrastado con las máximas fuentes posibles. Las prisas son uno de los mayores peligros de la información. Es curioso que siempre se quejen de ello, pero en la práctica siguen exigiendo que los trabajos sean para ayer.
En fin...

hatoros dijo...

DE LA MILI ME ACUERDO SOLO DE ALGUNAS COSAS Y GRACIAS A TI COMO LO DEL COCHE VOLVERÉ A ESCRIBIRLAS
TÚ ERES SABIA NO PERMITAS CREERTELO