viernes, 17 de septiembre de 2010

El lector de periódicos del metro


En las clases de Historia del Periodismo, nos hablaban de un tiempo en el que leer The New York Times era una seña de identidad . "No se sabía muy bien si el lector era un hombre de prestigio porque leía ese periódico o si leía ese periódico porque quería ser un hombre de prestigio", nos explicaban.

Pensaba en esto mientras viajaba en metro. Cerca, a un par de asientos en mi mismo vagón de metro, un hombre leía La Razón. La escena dejaba claro que a él, esos veinte minutos diarios que dicen las estadísticas son los que dedica el lector medio a leer un periódico, se le quedaban cortos. Con precisión y detenimiento, como el que está haciendo un análisis profundo y minucioso de lo que lee, iba pasando las páginas. Firme, pero contenido. Enfocaba de un modo aún más incisivo las páginas de opinión y tan solo parecía salir de su fijación cuando, como quien no es dueño de sus propios movimientos, regresaba a la portada y la analizaba como si fuera la primera vez que la percibía.

Vestía un traje de chaqueta. En sus manos, pero sin juguetear con él, un móvil rojo. A sus pies, un maletín que le daba aires de profesor universitario. Una bandera de España por pulsera dejaba signos inequívocos de que, de igual modo, podría encajar como lector de ABC.
Cuando el metro que compartíamos nos acercó a Ciudad Universitaria, el hombre detuvo su lectura. Con una pulcritud y un orden casi maniático, cerró el diario y lo guardó. Pensé que quizás su maletín lo hubiese delatado y fuese, efectivamente, un profesor universitario.
Pero las puertas del metro se abrieron y no bajó. Yo sí descendí, y lo contemplé perderse en su vagón. Absorto, dubitativo. Quizás, pensando en ese trabajo al que estuviese dirigiéndose y que yo no alcancé a descifrar. Una profesión que encajase, tal vez, con su condición de lector de La Razón. 

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